El refugio de los libros
Hace apenas unos días alguien se comunicó conmigo para hablar acerca de una circunstancia vital que estaba atravesando. Era un momento muy doloroso, de esos que en ocasiones nos ponen en jaque. A todos nos ha ocurrido: una enfermedad, un revés de la suerte, un proyecto que se frustra… un amor que se va. Quién no tenga una historia así no ha pasado por la vida. Momentos como esos nos hacen sentir que la vida nos abofetea y en los que supone casi una utopía lograr alcanzar esa bocanada de aire que nos permita seguir adelante.
“Y el único refugio que encontré fue tu saga.” Me dice “Así que no puedo más que agradecerte por haberme ayudado a continuar en estos momentos tan complicados”.
Lo peor, (o lo mejor, depende con qué ánimo uno quiera asomarse a ese desgarro de otro) es que ni siquiera ha sido el primero.
Como en las otras ocasiones, no supe que decir. Y no hay peor escenario para un escritor que no encontrar las palabras (no importa en qué circunstancia). No supe qué decirle a él y por un momento tampoco supe qué decirme a mí mismo. La suma de este tipo de confesiones me hizo reflexionar sobre las palabras.
Palabras que son herramientas, palabras entretejidas que son el medio de quienes nos esforzamos por contar una historia que vive, pulsa, late dentro de nosotros y que necesitamos compartir con el mundo. Un cielo que se roza, con la yema de los dedos, cuando alguien dice “Me ha encantado” pero lo eleva hasta ese dramático extremo.
¿En qué se han transformado los libros, en estos días tan ásperos, tan duros, tan difíciles de vivir, sino en refugios? Espacios dentro de los cuales somos libres, espacios donde podemos caminar de la mano de los personajes, reír, luchar, asustarnos o emocionarnos, con ellos, sin ellos. En soledad, con nosotros mismos. Sin que nadie moleste ni alte